COLECCIONISMO |
El deseo desea solo lo que no tiene. Querer tener una cosa es decir que algo falta. Y la falta señala la imposibilidad -siempre recurrente- de no poder completar jamás lo que se busca. El coleccionismo viene a mitigar la angustia -nunca satisfecha- de no poder abarcar lo que por naturaleza siempre será inabarcable mientras se pretenda la posesión completa (insensata) de la cosa. Cuando se colecciona (se busca) la persona cree que el fin llegará en algún momento. Pero sabe en lo íntimo de su ser que ese sondeo que terminaría al conseguir el último objeto (supuesto segmento final de un todo) mutará después hacia otro comienzo indispensable para que el deseo no muera y pueda circular otra vez. El deseo renovado desde otro comienzo (en una nueva colección que puede desprenderse o subordinarse a la primera o ser otra, totalmente distinta) lo hará considerarse todavía “en carrera”, vivo nuevamente. A pesar de que la falta volverá a hacerse presente en ese nuevo intento que -en tanto humano- fracasará nuevamente. Solo el deseo es pertenencia de los vivos y la muerte se instala cuando éste está ausente. Por este fundamento el coleccionista está atado para siempre a un deseo reciclado. Quien comienza a juntar discos de los Beatles, Elvis o Madonna, pasará luego a buscar sus discos simples, después las películas si las hubiera. Más adelante serán las fotos y las notas, los recortes de los diarios y revistas. Después será cualquier cosa que lo relacione al artista de sus amores. A veces se busca todo eso a la vez. Se averiguará todo lo concerniente a su ídolo, entrando así en una espiral donde cuanto más se avanza, más lejos se ve el final. Final que nunca se concreta y juega a ser inalcanzable como un horizonte que siempre está más allá. Un horizonte que siempre huye.
Cuando la primera fase se cumplió, y ya se acopió un buen material respetable, surge la necesidad de mostrárselo a los demás. De comparar con otros coleccionistas a ver quien tiene más y mejores cosas. Así aparecen las muestras en las galerías, los concursos y las exposiciones. Los libros que explican y las notas en los medios. Los despliegues verbales donde cualquier excusa sirve para hablar de lo que se tiene, de lo que aún se busca y de las aspiraciones y de las posibilidades para obtenerlos. Se suceden así minuciosos discursos informativos de cómo y cuánto le llevó obtener determinado objeto. Una mezcla de pedantería, sano orgullo e inocente alegría compartida exclusivamente entre los mismos coleccionistas. Cuando se encuentran los buscadores en alguna convención, rápidamente se informan del tiempo que hace que están en esto. Cuánto dinero, sorpresas gratas o no, qué suertes diversas acompañaron a conseguir determinada pieza. Se admiran las colecciones ajenas por afuera y se envidian por dentro.
Una suerte de cofradía se desarrolla inmediatamente entre ellos como en un banquete donde son invitados distintivos van cambiando impresiones, mientras comen y toman todos de lo mismo. Sujetos solitarios, obsesionados en el cuidado de sus posesiones, de sus discos. Personas que a través de una serie de objetos que supieron amasar sublimaron carencias más profundas y de otro tipo; el coleccionista es un paradigma netamente masculino. Atrapado dentro de una competencia caníbal entre hombres que es una variante del arcaico mandato de machos, también se lo conmina (como otro semblante neurótico del coleccionismo) a tener el auto más caro y la mujer más bella. La casa más espaciosa y los hijos más educados. En el caso que nos ocupa serán los discos más buscados, la mayor cantidad posible y en las mejores condiciones: primeras ediciones del país de origen, discos con portadas de lugares remotos, versiones diferentes de temas emblemáticos, etc. etc.
La suma de estos elementos ordenados y presentados en una aparente candidez coleccionable, es una versión más refinada de mostrar a los demás hombres del mundo quien es el que la tiene más grande. Hugo Latorre. Septiembre 2008. |